Sudor, polvo y barro.

Amanecía una mañana fría entre montañas. A las 6h en punto, había dado comienzo el evento deportivo de la ultra maratón de montaña. Tú hiciste todos los preparativos días antes a la carrera, preparado la mochila de abastecimiento, así como todo lo que imaginaste que necesitarías para afrontar los 80 kilómetros y el fuerte desnivel montañoso.

Avanzas rápido y firme en las primeras cuesta entre senderos que atraviesan el bosque. Confías en la preparación invernal que has acumulado, en el cuidado que has tenido con la alimentación y en las recuperaciones que has respetado. Se hizo todo lo que estaba en nuestras manos, has hecho un buen trabajo. Al fin y al cabo una preparación deportiva, no sería tan complicada, de no ser por las limitaciones que mostramos para atender los detalles que realmente importan para conciliar nuestras necesidades con el deporte.         -Podemos conocer en profundidad un tema, a lo mucho ser especialistas en un par de aspectos de la vida, pero ahí acaba toda nuestra sabiduría. Fuera de nuestro campo de conocimiento nos volvemos ignorantes y mediocres-.

Zancada tras zancada se inicia un diálogo que debes respetar y atender con suma delicadeza: entre la mente y el cuerpo. Sabes que en esta comunicación interna has de ser condescendiente y, más aún, compasivo. Ahora ya has aprendido a no confundirlo. No es de tu "yo", como te conoces, hacia el cuerpo, sino al contrario. Es del cuerpo hacia ti. Eres tú el que se muestra autocompasivo contigo mismo, por lo que tu cuerpo, como organismo vivo, disponga de ti, te conceda y te regale, según sienta que los cuidados que le ofreces son te hacen merecedor del despliegue de todo tu potencial corpóreo: fortaleza, resistencia, euforia y energía para que puedas afrontar la personal hazaña.

Con el paso de los kilómetros el diálogo interior se intensifica a mayor es el esfuerzo entregado y, entonces, es cuando el mundo físico pasa a un segundo plano. La mayor parte de esta experiencia se convierte en un auténtico diálogo sinfónico, orquestado en el espacio de la mente. Así se crea la síntesi  de aprendizaje y crecimiento personal en una carrera de ultra maratón. Como todo espacio de desarrollo personal ocurre en una relación entre dos partes: aquí son un cuerpo y una conciencia que escuchan e interpretan por igual.

Asumida esta premisa y ley de vida, corres tan rápido como te permiten las piernas, corres tan solo para ti. No tienes que tener éxito ante los ojos de nadie, tampoco tienes que demostrar nada. Lo estás haciendo lo mejor que sabes. Te invaden sensaciones por las que reconoces que has cometido errores, te has equivocado y después has padecido las consecuencias durante la carrera. Todo lo que sobreviene surge de ti y vuelve a ti; los contratiempos, las alegrías, los tropiezos, los buenos momentos... No existe responsabilidad más allá de ti, de nada, ni nadie. Eres el origen y el final de todas tus acciones y omisiones, tanto de las que fuiste consciente, como de las inconscientes.

Lo único que tenías que recordar era amar cada paso que dabas, cada kilómetro que avanzabas y todas esas sensaciones que se hacían presentes en tu cuerpo. Recuerdas el tamiz grisáceo del cielo de ese día, el roce de la vegetación en tu piel y la majestuosa imagen de las montañas al alcanzar cada una de sus cimas.

A tu llegada en cada avituallamiento;

He visto como tu cuerpo se iba cubriendo cada vez más de sudor, polvo y barro.

He visto heridas que iban apareciendo sobre la piel, hematomas por golpes en las piernas.

He visto un rostro sometido al dolor y de profunda aceptación por lo que el enseña.

He contemplado unos ojos enraizados a la vida, humedecidos por un maravilloso instinto animal.

He visto quien soy y de que estoy hecho.

He podido ver mi cosmos en tus ojos, la naturaleza de mi cuerpo y la vida.

Hoy hemos venerado juntos nuestros dos mayores éxitos: nacer y, a pesar de todo, seguir viviendo.